lunes, 25 de febrero de 2008

Los babyboomers no van al cielo... van a ser presidentes

Al maese Víctor Zúñiga, por ponerle Jorge al niño

Este asunto comenzó cuando me preguntaron qué chingados es un babyboomer.

El sábado leí una columna acerca de las diferencias entre dos generaciones, texto cuyo fin era explicar el éxito de Barack Obama en cierto sector de la sociedad estadounidense (grupo identificado como parte de una generación, la llamada X). El autor (director editorial del diario en el que trabajo, cabe mencionar) parte de la siguiente distinción: los babyboomers son los nacidos entre 1946 y 1960 y, después, pertenecen a la generación X quienes nacieron entre 1961 y 1982.



El dato anterior, per se, sugiere varios debates, entre ellos el de si puede considerarse que un grupo humano se comporta como una masa homogénea (discusión que me causa demasiada güeva, pues tuve que tolerarla en la universidad, sobre todo por culpa de los compañeros más scholars —sí, gente más nerd y pendeja que yo, pero a quienes les doy cierto mérito, pues tienen la firme creencia de que cambiarán al mundo desde su cubículo. Suerte, señores—) o incluso el de la definición de posmodernidad (porque, quiéranlo o no, los grandes relatos aún corren riesgo).

Pero no se crea que quien nació después de 1983 se queda sin etiqueta, no. Los que cumplimos la mayoría edad en el 2000 somos los milenarios. ¿A poco no se escucha mejor babyboomer o generación X? ¿Qué es eso de milenarios (suena a nombre de equipo de futbol. ¡No me chinguen!)?




Bueno, el caso es que, dicen los que saben, en Estados Unidos los milanesos (sí, eso está mejor que milenarios) en su mayoría apoyan al candidato negro Barack (ck, señores, se escribre con ck, ¡por Dios!) Obama.




Pero la cosa no para ahí. Algo que no se incluyó en la citada columna es que quienes son producto de una noche (o día, ¿por qué no?) loca de amor desenfrenado con canciones de Backstreet Boys o Four Non Blondes (para mencionar lo más conocido y ¿comercial?), es decir, los concebidos en los noventa pertenecen a la generación Me ("yo" en inglés) o Next (por eso del desencanto con lo recibido y la búsqueda de “lo que sigue”).

Cuatro generaciones cuatro (como cartel de toros o título de texto del señor Gerardo Galarza): Babyboomers, Generación X, Milanesos, Me.

Es importante detenerme un momento y enfatizar que una de mis máximas es: Toda generalización resulta peligrosa, incluso ésta. Así que evítense los comentarios incendiarios acerca de que estos conceptos son exclusivos del imperio (aquél que contraataca) o que tal criterio no aplica en los mexicanos. Calma, estamos chupando tranquilos, yo sólo les paso el dato, les doy el pitazo de lo que viene. Continuemos.

Eventos memorables para los babyboomers: El hombre llega a la luna y la Guerra Fría.





La música de la Generación X: Indie Rock (Pixies —Y where is my mind?—, Sonic Youth, etc.), Punk (sobre todo cuando los Sex Pistols le cantaron a la reina God Save The Queen… zas!) y, desde luego, el Grunge (¡Nirvana!).

Eventos memorables para los Milanesos: El PRI sale de Los Pinos (¡faltaba más!).



La música de la Generación Me: Toda la que sólo ellos puedan escuchar en su iPod, sólo ellos y nadie más.




Pues así las cosas. Quiero añadir que la gran película de la Generación Me es Matrix, en la que los hermanos Wachowski plantean que puedes ser todo lo que tú quieras con tan sólo desearlo… vean al Neo, eligió un camino y ahora se puede vestir como él desee y, por medio de un programa de computación, es capaz de aprender cualquier cosa en cuestión de segundos… hasta vuela el cabrón.




El domingo 2 de marzo es día de la Feria del Libro en el Palacio de Minería. El Macabro Schettino presentará su libro. Vamos a ver qué dice el genio tenebroso (nada que ver con Fouche, que conste, mis queridos lectores y fans de Stefan Zweig).





Pero mañana, miércoles 27 de febrero, es noche del gran Bob… así que I’m not there…



sábado, 23 de febrero de 2008

Una ceremonia...

...el sueño continuó, ahora estoy en una ceremonia...



This is why events unnerve me,
They find it all, a different story,
Notice whom for wheels are turning,
Turn again and turn towards this time,
All she asks the strength to hold me,
Then again the same old story,
Word will travel, oh so quickly,
Travel first and lean towards this time.

Oh, Ill break them down, no mercy shown,
Heaven knows, its got to be this time,
Watching her, these things she said,
The times she cried,
Too frail to wake this time.

Oh, Ill break them down, no mercy shown,
Heaven knows, its got to be this time,
Avenues all lined with trees,
Picture me and then you start watching,
Watching forever, forever,
Watching love grow, forever,
Letting me know, forever.

Love will tear us apart

Alguna vez esta canción estuvo en mis sueños (no es ninguna metáfora —chafa—, simplemente alguien la estaba escuchando en mi casa mientras yo dormía... probablemente fue mi papá, el babyboomer).

Ahora me la vuelvo a encontrar y, como dijo Rodolfo, creí que era ayer...




When the routine bites hard
And ambitions are low
And the resentment rides high
But emotions wont grow
And were changing our ways,
Taking different roads
Then love, love will tear us apart again

Why is the bedroom so cold
Turned away on your side?
Is my timing that flawed,
Our respect run so dry?
Yet theres still this appeal
That weve kept through our lives
Love, love will tear us apart again

Do you cry out in your sleep
All my failings expose?
Get a taste in my mouth
As desperation takes hold
Is it something so good
Just cant function no more?
When love, love will tear us apart again

miércoles, 20 de febrero de 2008

Regio

Declaración de dependencia
Por: Marcelino Perelló
Excélsior, México. 19-Feb-2008

“De fora vindran i de casa et treuran”, así reza un antiguo refrán catalán (como si hubiera refranes nuevos). Literalmente quiere decir: De fuera vendrán y de tu casa te echarán.

Fue precisamente en Catalunya donde se produjo un ejemplo magnífico de tal dinámica. Dinámica que pone al descubierto una de las curiosas propiedades de la democracia, y que quienes no están del todo familiarizados con lo que ésta, la democracia, conlleva e implica, podrían considerar una paradoja. No lo es. Es una característica inherente al mayoriteo, que como usted sabe perfectamente bien, políglota lector, en griego se llama democracia.

En el sur de Catalunya existe lo que otrora fue un pequeño pueblo: Ascó. A principios de los años setenta, en pleno franquismo, se decidió construir ahí una central nuclear. Los habitantes, por razones múltiples y bastante obvias todas, se escandalizaron y opusieron a tal proyecto. Pero digamos que en aquellos tiempos no era fácil darle curso al descontento.
Así que los vecinos, aparte de algunas acciones tímidas y colaterales, se vieron en la penosa obligación de tragar bilis y resignarse.

Siete años después, sin embargo, llegó la democracia. ¡Oh! Al menos permitió que la gente de Ascó protestara en voz alta. Algo es algo. Y los demócratas españoles, presididos por Adolfo Suárez, decidieron resolver la cuestión mediante métodos, obviamente, democráticos.

Así pues, se convocó a un referéndum entre todos los habitantes de Ascó, para decidir si se continuaba la construcción de la nucleoeléctrica o se suspendía y se abortaba el proyecto. Suena bien. Que decida la mayoría.
Sólo que ahora la población del villorrio ya no eran los seiscientos habitantes originales, los que existían siete años antes. Ya eran poco más de diez mil.

En ese lapso, habían llegado a vivir a la pintoresca región, no sólo una buena parte de los constructores de la central, con sus familiares, sino también una cohorte entera de comerciantes de todo tipo, inversionistas, profesionistas y advenedizos de todas las clases, atraídos por el “auge” que la fábrica de electricidad auguraba. Una multitud de empresas inmobiliarias habían ya construido—o estaban construyendo— una serie de conjuntos habitacionales, de todas las categorías, para aprovechar el alud de recién llegados.

Los olivares y los campos de trigo fueron reciclados y modernizados, para convertirlos en prósperos fraccionamientos. El ahora antiguo pueblo de Ascó se había transformado, de la noche a la mañana, como quien dice en el “centro histórico” de Ascó.

El referéndum se llevó a cabo. Por supuesto. Los demócratas sostienen siempre su palabra. Y el resultado fue, también por supuesto, el que debía ser. Ganaron los que estaban a favor de la central, por unos siete mil votos a 300. Apabullante. No había ninguna duda. Los “ascoenses” habían decidido. Estaban satisfechos y encantados con el nuevo mamotreto.

Los antiguos habitantes debieron, igualito que antes, con la dictadura, callarse, resignarse y tragar bilis. Los que pudieron, emigraron, a uno u otro fovissste de Barcelona y vendieron sus magníficas casas de piedra a algún restaurantero próspero o a los altos funcionarios de la futura central, que las remozaron y rehicieron. Todo perfecto.

La cuestión aquí no es de si se deben o no construir centrales nucleares. O cualquier otro gran complejo que altere o trastoque la vida de una comunidad pequeña, en nombre de intereses y necesidades sociales, reales o ficticias, mucho más amplias. Es una discusión que debería tener lugar, de manera seria, permanente y responsable. Pero no es el caso hoy. Si Fox, otro demócrata, hubiera sido entonces el presidente de España, las cosas a lo mejor se hubieran resuelto de otra manera. La gente de Ascó no tiene machetes, pero igual con las guadañas para segar trigo, la hubieran hecho.

El problema real, central, es quién decide. Sobre quién recae el derecho a determinar qué se hace y qué no. La democracia lo resuelve de la manera más sencilla posible: “los más”. Es una solución aritmética. Cuestión de sumar. De entrada, reconozcamos que el rollo democrático de las mayorías es falso. No es más que una coartada. Una cobertura. Quienes resuelven son, como siempre, las minorías. Ciertas minorías, extremadamente minoritarias.

Pero el quid está en que en democracia, no sólo el fondo, la neta, es mentira. Hasta la coartada, la pantalla, es falsa. Insostenible. ¿Quiénes son “los más”? ¿Los más entre quienes? ¿Sobre quién recae la responsabilidad y el derecho de decidir? Es esta una cuestión cuyas raíces y ramas se proyectan sobre no pocos ámbitos.

Para dar un ejemplo de actualidad reciente, ¿quién decide desconectar al enfermo en coma y bajo qué criterios? ¿Cuando el avión tiene problemas en pleno vuelo y es preciso tomar una resolución, deben “los más” de los pasajeros decidir, por voto universal y secreto? ¿En la operación de corazón, deben los familiares del paciente, que asisten a la intervención desde el anfiteatro, dar su opinión mayoritaria? “Córtale aquí”. “Sutúrale allá”. “Ya déjalo así”.

Los ámbitos existen. Y existen las prerrogativas.

Existen los ámbitos y existen las prerrogativas y la democracia y los demócratas prefieren ignorarlo.

Este domingo, la provincia serbia de Kosovo declaró la independencia. Hoy, la inmensa mayoría de la población es albanesa. Y es con base en esa mayoría, quesque, que “se decide” constituir a la región en Estado independiente. No fue esa mayoría la que decidió, pues ya era inútil. No se hizo ningún referéndum. La independencia de Kosovo fue decretada por George W. Bush, quien la hizo pública hace tres meses. La borregada de la Unión Europea —quién lo hubiera dicho— se apresuró a seguir la consigna. Salvo el Reino Unido y el Estado Español, que tienen cola que les pisen y ven las barbas de su vecino cortar.

En el censo catastral de 1845, los serbios representaban 90% de la población de Kosovo. Hoy son 10%. El 90%, hoy, son albaneses. ¿Qué sucedió en el ínterin?, ¿de dónde salieron tantos albaneses? ¿Y qué les pasó a los serbios? Los demócratas, encabezados por el ínclito e inefable señor Bush, de nuevo, prefieren no preguntárselo.

Kosovo, en serbio, quiere decir mirlo. Y fue en la “Pradera de los Mirlos”, cerquita de la capital Prístina, que el 13 de junio de 1389 perdieron la batalla contra los turcos de Murat I, que llevó a siglos de vasallaje. La Pradera de los Mirlos es el lugar sagrado de los serbios y, su fiesta nacional, precisamente el 13 de junio.

Este domingo, los serbios, ahí mismo, volvieron a perder. Y su espacio sagrado quedará fuera de sus fronteras. La declaración es a todas luces inamovible. En las calles de Prístina se oía, no el estrépito de las balas, sino el de las botellas de champán. Mientras las banderas albanesas y las gringas ondeaban eufóricas. Los serbios estaban en sus casas, temerosos. Tragando bilis y resignados. “No hay dolor ni anhelo. Sólo nieve y muerte”.

Afuera, el jolgorio. Se celebraba, no una declaración de independencia, sino una, solemne y espléndida, de dependencia.

viernes, 8 de febrero de 2008

La razón cuestionada



Los grandes relatos seculares corren peligro aún. Aquellas historias que pretenden dotar de sentido ideológico a las sociedades están siendo cuestionadas, incluso comparadas con narraciones de películas infantiles. Pero este asunto no es nuevo.



En la actualidad resulta común leer cómo Estados Unidos encuentra en cada rincón del mundo a un enemigo potencial de la democracia, y que la nación de las barras y las estrellas rehúsa ver en alguien más el papel de policía global.

Pero el tema se está volviendo viejo, mas no por ello carente de importancia.

Fue desde los sesenta del siglo pasado, a partir de la Guerra de Vietnam, cuando el profesor Noam Chomsky comenzó a encontrar la “infantil simplicidad de los cuentos de hadas” en los argumentos del gobierno estadunidense (paradigma de ellos es el informe NC68, acerca de la Guerra Fría), con todo y arquetipos de la literatura fantástica: héroes que encarnan las virtudes democráticas (libertad, tolerancia, importancia del individuo y supremacía de la razón) y villanos que, aunque débiles, “pueden hacer más con menos”.

El año pasado se reeditó este título, obra en la que Chomsky revisa la verdadera vocación del gobierno de EU con respecto al resto del mundo: justificaciones, acciones y consecuencias militares y de inteligencia desde la Guerra Fría. Más que miedo a la democracia, se refiere a los miedos de la llamada democracia, los motivos para mitigar cualquier conato incendiario, incluso antes de mostrar su existencia.

Ahora resulta que la historia no es como nos la han contado, que los vencedores y los vencidos que conocemos no son los únicos personajes del cuento (pues un ruso militar siempre será más cinematográfico que un centroamericano desnutrido), los buenos no eran tan buenos y, los malos, no tan poderosos.

Por Omar Astorga

Título: El miedo a la democracia
Autor: Noam Chomsky
Editorial: Biblioteca de bolsillo
Colección: Crítica
México, 2007
401 pp.

El corazón es mentiroso

The heart is deceitful above all things.


lunes, 4 de febrero de 2008

Yo sobreviví al superjueves (parte I)

A Eloisa, por su nueva visión: global


El jueves me sentí víctima de la maldición china: Ojalá vivas en tiempos interesantes. Fue mi primer día de descanso de la semana, por eso quería alejarme lo más posible de la oficina, aunque siempre hay algo que me jala hacia el centro de la Ciudad de México, mis rumbos desde cuando me aceptaron en un periódico. Pero el día, o por lo menos lo chingón, no comenzó ahí, sino en la Fondesa, en la calle Nuevo León, a unas cuadras del Metro Chilpancingo.

Resulta que en la intersección de aquélla y Baja California hay una oficina del IFE, un módulo, y precisamente cuando iba pasando por ahí (eran más o menos las 8:30 de la madrugada… de la mañana) llegó una camioneta blindada de la Presidencia de la República (eso lo supe porque había varios reporteros, de esos que parecen Soldado Universal, con motocicleta y gafas oscuras incluidas —en realidad, ese outfit es de Terminator—, entre ellos uno de Cadena Tres al que le pregunté que qué pedo).

El caso es que me tocó ver cómo Margarita Zavala y el esposo (¿cómo se llama ese hombre bajito, moreno y que usa lentes casi imperceptibles?) llegaron con el fin de actualizar información en el H. H. Instituto Federal Electoral (porque ahora viven en Los Pinos, you know?). Pero no se crea que eso fue lo chido, no, es sólo el preámbulo de mi encuentro con mi correspondiente Ezra Pound, el Obi Wan Kenobi de este joven jedi.





8:40 am, veinte minutos suficientes para ir al banco y depositar toda la maldita quincena, a fin de que los vampiros no vengan a gritarme: ¡Neville, sal de ahí y paga la tarjeta de crédito! Lo hice en chinga, pues no sólo asaltan a esta empresa, además toman rehenes… aunque permiten que las víctimas se comuniquen por medio de celulares. De todas formas, bastaron diez minutos para realizar el trámite.



Roberto Bolaño está de moda, de supermoda. Varios de mis conocidos andan encandilados con su pluma, sobre todo mi amiga Eloisa… bueno, hasta el No estoy borracho (el clásico rebeldito niñobien, educado con series gringas que ve vía satélite… no por ello “inculto”) le ha dedicado tiempo a Los detectives salvajes (y jura que uno de sus libros favoritos es Rayuela).

Incluyo una ilustración del camarada No estoy borracho y que le haga como quiera, debe entender que la información de internet es pública, gratuita, común, compartible...




Debido a esa efervescencia por Bolaño, era inevitable encontrarme en aquel jueves, justamente, Los detectives salvajes en la mesa de Anagrama del Péndulo de la Fondesa. Le di un vistazo (debo confesar que no he leído nada del chileno naturalizado mexicano) y piqué el anzuelo: la historia de un muchacho con vocación de artista, pero con la obligación de ser abogado… como la vida del pintor amigo de Obi Musacchienobi, un artista caraderrabino que conocí minutos después de hojear tal libro… quien no se arrepiente de haber hecho lo que quiso.

Y ahí no paran las coincidencias.

El domingo se publicó, como el primer domingo de cada mes, la columna de Eduardo García, Café París, por ende, el sábado anterior tuve que revisarla. Se armó un minidesmadre con la recepción del texto, a causa de problemas de comunicación… sí, debo admitirlo, la molestia del maese Víctor me encabronó… todo fue culpa de Agustina, lo juro... no obstante, le mando un fuerte abrazo a Tina, pues sabemos que se trató de una pecata minuta.

Roberto Bolaño y Mario Santiago en la calle Regina fue el título. Les comparto unos párrafos:

“Bolaño hace parte y es símbolo de un grupo de escritores extranjeros nacidos más o menos en los 50, que bien podría llamarse la Generación sin Cuenta, llegados a México desde todos los países de Centro y Sudamérica e incluso de Francia, como es el caso de Frédéric-Yves Jeannet, Joani Hocquenghem e Iván Alechin, el hijo de Pierre Alechinsky, entre muchos otros. Otros nombres son el veracruzano Orlando Guillén (1947), el colombiano Marco Tulio Aguilera Garramuño (1949), los salvadoreños Manuel Sorto (1950) y Horacio Castellanos Moya (1958), el argentino Mempo Giardinelli (1948), también Premio Rómulo Gallegos, entre otros muchos más.

“… a Bolaño le debo la certeza de que a veces los derrotados salen ganando. Ambos iluminan a la Generación sin Cuenta mexicana desde los cielos, donde, sin duda, no dejan de sabotear y molestar a Octavio Paz.”





Hace tiempo le compartí a Javier, un camarada español, algunos textos y aproveché para preguntarle cuándo me visitaba, dijo que sí está en sus planes venir a México o, como él dice, Mejico...

"Pues sí, Omar, la realidad es poliédrica y el rollito del Rey y Chávez se puede ver de muchas maneras, incluso si eres español. Delicioso el título de tu blog (moleskin virtual), aunque a mí me pilla bajo de forma, pues me acaban de robar dos moleskins no virtuales (de verdad, físicas) con notas de los últimos dos años y estoy que no lo supero.

"Espero poder ir a Mejico pronto. Me apetece mucho. De momento me consuelo con literatura sobre Mejico (ahora estoy leyendo Los detectives Salvajes).Un saludo desde este lado del charco."