miércoles, 20 de febrero de 2008

Regio

Declaración de dependencia
Por: Marcelino Perelló
Excélsior, México. 19-Feb-2008

“De fora vindran i de casa et treuran”, así reza un antiguo refrán catalán (como si hubiera refranes nuevos). Literalmente quiere decir: De fuera vendrán y de tu casa te echarán.

Fue precisamente en Catalunya donde se produjo un ejemplo magnífico de tal dinámica. Dinámica que pone al descubierto una de las curiosas propiedades de la democracia, y que quienes no están del todo familiarizados con lo que ésta, la democracia, conlleva e implica, podrían considerar una paradoja. No lo es. Es una característica inherente al mayoriteo, que como usted sabe perfectamente bien, políglota lector, en griego se llama democracia.

En el sur de Catalunya existe lo que otrora fue un pequeño pueblo: Ascó. A principios de los años setenta, en pleno franquismo, se decidió construir ahí una central nuclear. Los habitantes, por razones múltiples y bastante obvias todas, se escandalizaron y opusieron a tal proyecto. Pero digamos que en aquellos tiempos no era fácil darle curso al descontento.
Así que los vecinos, aparte de algunas acciones tímidas y colaterales, se vieron en la penosa obligación de tragar bilis y resignarse.

Siete años después, sin embargo, llegó la democracia. ¡Oh! Al menos permitió que la gente de Ascó protestara en voz alta. Algo es algo. Y los demócratas españoles, presididos por Adolfo Suárez, decidieron resolver la cuestión mediante métodos, obviamente, democráticos.

Así pues, se convocó a un referéndum entre todos los habitantes de Ascó, para decidir si se continuaba la construcción de la nucleoeléctrica o se suspendía y se abortaba el proyecto. Suena bien. Que decida la mayoría.
Sólo que ahora la población del villorrio ya no eran los seiscientos habitantes originales, los que existían siete años antes. Ya eran poco más de diez mil.

En ese lapso, habían llegado a vivir a la pintoresca región, no sólo una buena parte de los constructores de la central, con sus familiares, sino también una cohorte entera de comerciantes de todo tipo, inversionistas, profesionistas y advenedizos de todas las clases, atraídos por el “auge” que la fábrica de electricidad auguraba. Una multitud de empresas inmobiliarias habían ya construido—o estaban construyendo— una serie de conjuntos habitacionales, de todas las categorías, para aprovechar el alud de recién llegados.

Los olivares y los campos de trigo fueron reciclados y modernizados, para convertirlos en prósperos fraccionamientos. El ahora antiguo pueblo de Ascó se había transformado, de la noche a la mañana, como quien dice en el “centro histórico” de Ascó.

El referéndum se llevó a cabo. Por supuesto. Los demócratas sostienen siempre su palabra. Y el resultado fue, también por supuesto, el que debía ser. Ganaron los que estaban a favor de la central, por unos siete mil votos a 300. Apabullante. No había ninguna duda. Los “ascoenses” habían decidido. Estaban satisfechos y encantados con el nuevo mamotreto.

Los antiguos habitantes debieron, igualito que antes, con la dictadura, callarse, resignarse y tragar bilis. Los que pudieron, emigraron, a uno u otro fovissste de Barcelona y vendieron sus magníficas casas de piedra a algún restaurantero próspero o a los altos funcionarios de la futura central, que las remozaron y rehicieron. Todo perfecto.

La cuestión aquí no es de si se deben o no construir centrales nucleares. O cualquier otro gran complejo que altere o trastoque la vida de una comunidad pequeña, en nombre de intereses y necesidades sociales, reales o ficticias, mucho más amplias. Es una discusión que debería tener lugar, de manera seria, permanente y responsable. Pero no es el caso hoy. Si Fox, otro demócrata, hubiera sido entonces el presidente de España, las cosas a lo mejor se hubieran resuelto de otra manera. La gente de Ascó no tiene machetes, pero igual con las guadañas para segar trigo, la hubieran hecho.

El problema real, central, es quién decide. Sobre quién recae el derecho a determinar qué se hace y qué no. La democracia lo resuelve de la manera más sencilla posible: “los más”. Es una solución aritmética. Cuestión de sumar. De entrada, reconozcamos que el rollo democrático de las mayorías es falso. No es más que una coartada. Una cobertura. Quienes resuelven son, como siempre, las minorías. Ciertas minorías, extremadamente minoritarias.

Pero el quid está en que en democracia, no sólo el fondo, la neta, es mentira. Hasta la coartada, la pantalla, es falsa. Insostenible. ¿Quiénes son “los más”? ¿Los más entre quienes? ¿Sobre quién recae la responsabilidad y el derecho de decidir? Es esta una cuestión cuyas raíces y ramas se proyectan sobre no pocos ámbitos.

Para dar un ejemplo de actualidad reciente, ¿quién decide desconectar al enfermo en coma y bajo qué criterios? ¿Cuando el avión tiene problemas en pleno vuelo y es preciso tomar una resolución, deben “los más” de los pasajeros decidir, por voto universal y secreto? ¿En la operación de corazón, deben los familiares del paciente, que asisten a la intervención desde el anfiteatro, dar su opinión mayoritaria? “Córtale aquí”. “Sutúrale allá”. “Ya déjalo así”.

Los ámbitos existen. Y existen las prerrogativas.

Existen los ámbitos y existen las prerrogativas y la democracia y los demócratas prefieren ignorarlo.

Este domingo, la provincia serbia de Kosovo declaró la independencia. Hoy, la inmensa mayoría de la población es albanesa. Y es con base en esa mayoría, quesque, que “se decide” constituir a la región en Estado independiente. No fue esa mayoría la que decidió, pues ya era inútil. No se hizo ningún referéndum. La independencia de Kosovo fue decretada por George W. Bush, quien la hizo pública hace tres meses. La borregada de la Unión Europea —quién lo hubiera dicho— se apresuró a seguir la consigna. Salvo el Reino Unido y el Estado Español, que tienen cola que les pisen y ven las barbas de su vecino cortar.

En el censo catastral de 1845, los serbios representaban 90% de la población de Kosovo. Hoy son 10%. El 90%, hoy, son albaneses. ¿Qué sucedió en el ínterin?, ¿de dónde salieron tantos albaneses? ¿Y qué les pasó a los serbios? Los demócratas, encabezados por el ínclito e inefable señor Bush, de nuevo, prefieren no preguntárselo.

Kosovo, en serbio, quiere decir mirlo. Y fue en la “Pradera de los Mirlos”, cerquita de la capital Prístina, que el 13 de junio de 1389 perdieron la batalla contra los turcos de Murat I, que llevó a siglos de vasallaje. La Pradera de los Mirlos es el lugar sagrado de los serbios y, su fiesta nacional, precisamente el 13 de junio.

Este domingo, los serbios, ahí mismo, volvieron a perder. Y su espacio sagrado quedará fuera de sus fronteras. La declaración es a todas luces inamovible. En las calles de Prístina se oía, no el estrépito de las balas, sino el de las botellas de champán. Mientras las banderas albanesas y las gringas ondeaban eufóricas. Los serbios estaban en sus casas, temerosos. Tragando bilis y resignados. “No hay dolor ni anhelo. Sólo nieve y muerte”.

Afuera, el jolgorio. Se celebraba, no una declaración de independencia, sino una, solemne y espléndida, de dependencia.

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