viernes, 10 de octubre de 2008

Quid pro quo, doctor Lecter



El de El silencio de los inocentes es el único Hannibal Lecter. No hay más.

Por fin vi Hannibal Rising, la cuarta película sobre el genial personaje de Thomas Harris. Debido a las expectativas que dejó The silence of the lambs sobre su secuela y precuelas, hay mucho por comentar acerca de la narración de la infancia y la adolescencia del carismático doctor Lecter, aun cuando se trata de una mala película.

Hannibal Rising parte del arquetipo del justiciero cuyo móvil es vengar la muerte de algún ser querido. El uso de alguna fórmula o "receta" no debe demeritar la obra (el chiste no estriba en quién lo cuenta primero, sino quién lo cuenta mejor), sin embargo, el ascenso del joven Lecter se reduce a ver baños de sangre y resolver la pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si Bruce Wayne, luego de presenciar el asesinato de sus padres y quedar perturbado, optara por ultimar al victimario, descubriendo un gusto por ser malo y volverse un Batman villano? 

Como dijo el maestro Hugo Martínez, en esta historia nuestro personaje no es "malo" o el antihéroe porque quiere y puede, porque se sabe superior y desea experimentar, no. 

En El silencio (incluso en Dragón rojo y en Hannibal) Lecter es más que un ser humano superior, se trata de un monstruo que se comía a personas que le resultaban curiosas... además resultaba divertido y él se divertía. Lo malo es que aquí quieren justificar (muy mal hecho, nuestro personaje no necesita mejor excusa que su hedonismo) sus actos atroces con un hecho también atroz que lo dejó marcado cuando morrillo; además mata bajo consigna y su arrogancia es vulgar. Cierto, se trata de un adolescente, aún no del sibarita y melómano que conocemos... pero durante la cinta no hay crecimiento, el personaje es totalmente plano. Cero diversión.

El único cambio (en verdad radical) se suscita en la transición de niño a adolescente, pero en adelante no vemos aprendizaje ni perfeccionamiento de técnicas para matar y mucho menos signos del gentleman en el que se convertirá, bueno, ni una bendita pieza de música barroca o la degustación de algún vinito. Tampoco hay un digno personaje-tutor del chamaco caníbal (fundamental en el arquetipo que se quiere  explotar), alguien que lo guíe y le enseñe.  Es cierto, nació genio, pero hasta la genialidad debe desarrollarse.

Sólo hay una escenita en la que la mujer japonesa que lo adopta le enseña kendo, pero nada más. (Paréntesis importante: sabemos que la dama oriental era esposa del tío de Lecter, pero de dónde salió exactamente y cómo pudo, luego de enviudar, mantener cierto estatus en un periodo de posguerra, tomando en cuenta el estigma que Alemania, Italia y Japón adquirieron tras ser los grandes perdedores de la Segunda Guerra Mundial... puro pretexto para darle a Hannibal una espada samurai... qué güeva).

Ah, claro, no podían faltar las "referencias" a la vida adulta del muchacho, joyitas de un cine hollywoodense chafa: a) Lecter se pone una máscara japonesa muy parecida al bozal que lo caracteriza en El silencio y, b), en un par de ocasiones su boca queda manchada de sangre al estilo Cepillín, también para decir: Mira, mira, trae un bozal. Chale. ¿Así o más gratuito?

Una mierdecita de los Blockbusters. Mejor cómprense una torta cubana.

2 comentarios:

Cristóbal dijo...

PosT! PosT! PosT! PosT! Tema: sabemos cual.

Pável dijo...

Jajajajaja.

Ay, ay, ay.

Mierdecita de Blockbuster, no la he visto, cuando lo haga ya opinaré.

Yo no sugeriría una torta cubana, esas engordan y nos quitan nuestra hermosa figura.

Yo sugeriría, ya instalados en churros, comprar Chicas Pesadas o alguna otra peli de drama adolescente, ponerse mascarillas y sentarse a disfrutar con un litro de helado bajo en calorías.

¡Salud!