lunes, 8 de diciembre de 2008

El glamour de la locura (I)

Dicen que el glamour de la locura tiene un precio... que se paga con soledad y desprecio.

Achis, achis. ¿O sea que poseer un "encanto que fascina" (RAE dixit) será siempre-siempre a costa de carecer de compañía y, encima, sufrir el desdén de la gente, mi seductor lector? ¿Está chido ser L'enfant terrible a cambio de resultar un paria? Quién sabe, pero que chingue a su madre la gente si no le late cómo es usted, mi lapidario lector...

Mas hubo una época en la que el anterior era un asunto trascendental, porque los jóvenes tenían sólo de dos sopas, dos estilos de vida resumidos en la siguiente dicotomía: Beegees o AC/DC y párale de contar. Nada de tribus urbanas, mezclas raras y pendejadas de esas... o eras hipster o eras square, punto. Reduccionista el asunto, pero didáctico.

Luego de tu definición (travoltino o rocker), comienza el desmadre en una pendiente cuesta abajo cargada de narcisismo y drogas. Porque los mismos compas (y quién sabe quién a ellos) te hacen creer que una opción excluye a la otra, que son antípodas irreconciliables.


Justamente en esta época surge una obra cargada de ira, que no habla sobre La Juventud, como se ha dicho en muchas ocasiones (sesgo común el de generalizar a la chaviza a partir de un programa de televisión o una revista... o un libro), pero sí de gente joven, de un sector de adolescentes encarnado en Gabriel Guía, el personaje principal.

Hace 40 años José Agustín escribió La Tumba, novela que, debido a su temática y dirección, generó reacciones positivas en escritores reconocidos, Juan José Arreola y Juan Rulfo entre ellos. Sé que eso no es un aval, mi mainstream lector, por ello le daré otros elementos para exponer que se trata de una gran obra.

En primer lugar debe mencionarse que no ha envejecido, que los personajes y las situaciones ahí escritas pueden hallarse aún entre los hijos de políticos, entre los individuos que le dan sentido a las páginas de sociales, pues se trata de las desventuras de un chavo sin problemas económicos (con una beca envidiable que sus padres le proporcionan), que cursa la preparatoria, tiene aspiraciones literarias (al parecer, con talento, al grado que comparan su trabajo con el de Chéjov), se va de fin de semana a Cuernavaca en su carro, se emborracha y liga a chavitas también hijas de políticos ("ganado hembril" extranjero o nacional que padece el severo castigo de ser enviado a estudiar a Europa)... se inscribe en circulosliterarios... ah, y llega a tener relaciones sexuales con sus parientas.

En el camino, el ojete de Gabriel Guía te muestra aspectos del movimiento beat en México (Jack Kerouac y jazz incluidos), escucha a Wagner, cita a Nabokov y se jacta de hablar un perfecto francés... ah, y canta en inglés.

José Agustín consigue que creas en la existencia de su personaje debido a que éste se enamora, llora, se siente derrotado, se levanta, padece resacas físicas y morales. Lo baja del altar que le creó para presentarlo en un principio y lo hace escribir cosas como esta carta que nunca envié:

Sabes... bien sé que sólo nos hemos visto durante dos conmovedores meses (en realidad ha sido menos, porque tienes razón con el asunto del tiempo efectivo), mas esos lapsos han resultado suficientes para comprender que eres algo que ha penetrado en mí; ha sido tu sonrisa un aliciente, y tus ojos (de whisky, radiantes, bellísimos) los que imperan en mi mente desde que te conozco, los que me harían luchar contra todo si supiera que no los vería jamás. Estás en mí, ..., eres parte mía. No puedes abandonarme ahora que siento desesperadamente la necesidad de tu cariño. A ti me une algo más que amistad voluble y pasajera, es afecto, amor, adoración.

Yo, que menospreciaba los problemas sentimentaloides, sufro, y mi llanto es la mejor prueba. Primero intenté aguantarme, mordí mis labios, entumecí el cuerpo, mascullé majaderías sordamente, pero luego hice erupción: empecé a llorar con escándalo, sin discreción. Entonces me arrojé en la cama para llorar más a gusto. ¿La causa? Ríete: ... Tus labios estéticos, poesía en rojo vivo, son demoledores.

Ni se te ocurra pensar que este correo es parte de una estratagema chantajista, sería totalmente pueril fijar todas mis esperanzas en un texto mal redactado que destila más de la necesaria miel. Sólo te comparto que me estás haciendo madurar: que ya actué y lloré como niño. Pero ahora me siento afortunado por conservar tu amistad. Que estoy muy agradecido. Ahora temo estar fastidiándote con esto, pero tenía que hacerlo: ya ves, soy un enfadoso... pero soy TU enfadoso.

Continuará

No hay comentarios: