jueves, 25 de diciembre de 2008

"Me llamo Carlos y me van a matar"


Como en los casos de las cintas Juno y El crimen del padre Amaro, no creo que en esta historia haya una consigna. Hubo un debate acerca de si tales películas fueron concebidas con un mensaje pro o antiabortistas: la primera, porque trata del embarazo de una menor de edad que decide dar en adopción a su hijo y, en el camino, se ridiculiza a las organizaciones que condenan la interrupción del embarazo; en la segunda, la coprotagonista fallece debido a un aborto mal realizado (claro, mi perspicaz lector, el padre del nonato era un sacerdote, justamente el padre Amaro). Total que no había acuerdo sobre si señalaban la necesidad de que se despenalice el aborto o todo lo contrario.

A mí me valió madres el asunto y considero pueril confiar en presuntas cualidades propagandísticas del cine. Desde luego, el arte es reflejo de las creencias de sus autores, incluso es producto de éstas. Pero es obcecado suponer que "la gente" se tragará un cuento que vio en la pantalla grande. Considerarlo es digno de una mentalidad de principios del siglo pasado, con teorías como La Aguja Hipodérmica...

Pero dejemos las arrogancias que brindan un título universitario o saberse parte de un medio de información. Mejor revisemos un regalo del temporal.

Carlos tiene nueve años y es un niño mimado y malcriado, de esos que hacen berrinche si, en las posadas, se queda sin dulces ni fruta luego de romper la piñata, de esos que se tiran, lloran y patalean para obtener lo que quieren. Insisto, tiene nueve años, y ya está aprendiendo que los objetos pueden resultar también "fetiches de poder", que las cosas, además de valor de uso y valor de cambio (claro, lo aprende con otros términos: para qué me sirve y cuánto cuesta), tienen valor de signo (o sea, no es lo mismo un café del Starbucks que uno del Oxxo, ¡jelou!).

Y en Navidad el "fetiche de poder" por excelencia es, sin duda, El Árbol: mientras más grande y más luminoso, mejor. Pero en esta competencia que es la vida, Chucho y Gabri se le han adelantado a Carlitos. A Jesús sus papás le compraron un pino blanco: "cubierto completito de nieve artificial, así como en el Polo Norte, donde viven Santa y el Hombre de las Nieves". El de Gabriel es producto del ingenio chino: "giraba y, en varias secciones del troncote, cambiaba de colores" (no se podría esperar menos de la fayuca asiática). ¿Qué hacer para superarlos?

Este es el planteamiento inicial de un cuento del maestro José Luis Enciso, al que ha titulado Niño de Navidad. Resulta que la familia de Carlos decide comprar-matar un árbol natural para cumplirle un capricho al chamaco, puesto que, como diría el maestro Enciso, "la tranquilidad de la casa estaba por encima del bien planetario".

Ya lo dijo Flaubert: Dios está en los detalles... entonces Dios habita en la pluma (o el teclado) de Enciso. A pesar del violento desenlace (que rescató el cuento, luego de un climax muy predecible y desmerecedor), el texto tiene toques de humor y frases chistosas que también consiguen hacer creíbles a sus personajes. Construcciones como: "Que al Chucho le habían comprado un albino, ¿cómo albino?, blanco pues" o "A Carlitos en ese momento le preocupaba más hacer pipí que sus árboles, lo que auguraba otro berrinche".

Enciso consigue que te den ganas de darle unos madrazos al Carlitos ("Luego de enterarse de que lo había hecho [orinado] sobre unas monturas de caballo —que él nunca había visto y que por la forma cóncava confundió con retretes—, salió disparado hacia el bosque") y que creas que la mamá del niño es una señora promedio ("se quedó embebida en el invernadero contiguo a la cabaña del vendedor, admirando unas flores de Nochebuena hermosísimas, bellísimas y rojisisísimas, según adjetivaba, sin hartarse, una y otra vez").

Sin embargo, hay un momento en el que se renuncia al apego a la realidad... para sorprender al lector. Así, el autor decide darle su merecido al escuincle ése, uno determinante.

Visiten el blog del máster José Luis Enciso para leer Niño de Navidad. Por cierto, dudo mucho que lo haya escrito con una consigna ecológica, pues lo he visto gastar (muchas) hojas de papel.


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