lunes, 26 de mayo de 2008

Aiga sido como aiga sido

...La neta no sé por qué no lo postié antes...


Los puntos y las íes


Marcelino Perelló

06-May-2008


Hace unos días estuve platicando, largo, tendido y en público con Macario Schettino. Macario es un hombre adusto, de trato seco, incluso, a veces, rayando en la impertinencia. Pero además es un periodista agudo, enterado y valiente. Sólo eso ya lo hace una persona excepcional y particularmente interesante. Y, por si fuera poco, es ingeniero químico de formación y posee la maestría en economía. En cuanto supe todo ello, me dije: si quiero saber y hablar sobre Pemex y acerca del actual proyecto de reforma energética, este es mi hombre. Uno de mis hombres.


Yo ya sabía de Schettino. Lo había leído y oído en más de una ocasión. Y más de una vez me habían llamado la atención su precisión y pertinencia. Pero no fue sino cuando un lector común, Omar Astorga, me hizo ver la importancia de los textos de Macario sobre el tema, cuando me cayó el veinte. Cuando me entró la ladatel, debería decir, para estar al ritmo de los tiempos.


Por cierto, Omar Astorga posee un sitio en internet especialmente recomendable: www.omarastorga.blogspot.com. Mírelo. Me lo agradecerá. En esta “era de la información” nadie se entera de nada. Los pocos espacios dignos de interés se pierden en la maraña enorme e inextricable de los millones y millones de páginas insulsas o de plano execrables.


El caso es que Schettino dice cosas. Pero en medio de este silencio estridente, ya es de agradecerse. Podrá uno estar de acuerdo con ellas o no, pero, en cualquier caso, ya se va de gane. Si se discrepa, deberá sostenerse la discrepancia. No es alguien a quien se pueda rebatir con epítetos. Como con tanta frecuencia parecen creer varios de nuestros líderes —si líderes hubiere— a diestra y siniestra.


Macario Schettino es considerado por algunos como un hombre de derecha. En particular al no estar en contra de la reforma propuesta por el Ejecutivo. Por no estarlo a rajatabla, digamos. Si fuera por él, habría que hacerle no pocas reformas a la reforma. Según Macario, le falta y le sobra. Pero algo hay que hacer, sostiene contundente.


Hemos llegado al punto en que quien no es lopezobradorista es calderonista. Es decir, de derecha. Mal panorama. Según el fapismo la derecha sí existe, lo que no sabe nadie es dónde fregaos está la izquierda. Deje usted de lado la bronca cantinera dentro del PRD. Eso sería lo de menos. Entre cantineros no es soprendente que se armen broncas en el dominó.



Lo realmente grave es que el señor López Obrador no haya planteado, a estas alturas, ni siquiera un esbozo de lo que podría ser su alternativa, su propio contraproyecto. La sospecha de que simplemente no tiene nada que decir es legítima y cada vez más compartida. Me sorprende, no porque crea que él pudiera elaborar una propuesta coherente, sino porque me consta que en sus círculos sí hay quien sabe. No en el primero ni en el segundo. Pero en el tercero hay algunos. Me consta. Pero por lo visto el tercer círculo le queda demasiado lejos y la comunicación resulta muy lenta. O no los entiende. O simplemente no los escucha.



Está fuera de lugar considerar a López Obrador como un fascista comparable con Hitler y con Mussolini. Es una exageración grosera. Desde varios puntos de vista. Aunque cabe recordar que el fascismo italiano y sobre todo el nazismo alemán no llevaron a cabo sus grandes atrocidades sino cuando ya estaban instalados en el poder. Ese fue su clímax. El fascismo es más bien un estilo. Un estilo de pensar y obrar. Y una manera de considerar a los otros y a sí mismo.


Eso es lo que preocupa a algunos. Que estemos sólo empezando. Y tampoco olvidemos que el fascismo nace como una corriente, particularmente ruda, de la izquierda, cercano al socialismo, de un populismo exacerbado.



Pero, aunque la historia luego juega malas pasadas, la situación actual, ideológica, social y geográfica es muy distinta de aquélla y parece impensable que se pudieran producir fenómenos semejantes. En el peor de los escenarios, López Obrador estaría más cerca de Juan Domingo Perón o de Getulio Vargas que de Augusto Pinochet o Victoriano Huerta.



Además, aquellos poseían un discurso elaborado y consistente, del que carece el lopezobradorismo. Da la impresión de que van improvisando, de coyuntura en coyuntura.



Y la cuestión petrolera se convierte en una coyuntura dorada. La expropiación cardenista de 1938 ocupa un lugar de honor en el imaginario colectivo de los mexicanos, como emblema de nuestro orgullo y nuestra soberanía. Y cualquier cosa que pudiera rozar siquiera aquel gesto, aquella gesta, será visto como una afrenta. No se trata de lo que es mejor o peor, sino de lo que está permitido y de lo que no. Lo intocable.



Y precisamente eso es lo que hace Macario Schettino: tocarlo. La reforma ladina de Calderón, tal vez no, pero Schettino sí. La toca. La considera y la sopesa. Más allá, en su reciente libro, Cien años de confusión, plantea una crítica audaz y, por ello, imprudente, de toda la historia oficial de nuestro país en el siglo XX. Esto es, una crítica de la Revolución Mexicana y su interminable estela.



Se trata de una obra inquietante. Para su autor nada ni nadie es indiscutible. Y lo discute. A veces con el fin de descalificarlo, a menudo para simplemente calificarlo. No hay sagrado. Schettino se las ve con todos los íconos ilustres del panteón nacional. De ese contradictorio panteón en el que figuran y se emparejan enemigos a muerte. Macario es un iconoclasta.



En mi juventud, y desde mucho antes, era común poner a debate el sentido de la Revolución y sus secuelas, entre ellas la de la expropiación petrolera. Y no únicamente desde los ámbitos reaccionarios, sino, y sobre todo, diría yo, desde los de la izquierda socialista y comunista, a los que yo pertenecía. Recuerdo, en una mezcla de nostalgia y fastidio, las interminables controversias sobre si la Revolución Mexicana y la estatalización de grandes empresas nos acercaban al socialismo, si los grandes sindicatos fortalecían la lucha obrera o si, al contrario, la mediatizaban y sofocaban, o de si “la burguesía nacional” era un aliado imprescindible en una primera etapa. Como es obvio, nunca se llegó a ninguna conclusión mínimamente sólida y convincente.



Pero, peor que aquella polémica, es que la polémica haya desaparecido. Hoy se ha prácticamente extinguido, salvo algunas voces aisladas y empecinadas. La derecha, circunspecta e hipócrita, prefiere callar. Y la izquierda, la verdadera izquierda, reducida a su mínima expresión, y como si admitiera su derrota, ha perdido el ánimo para entrarle a tan intrincada como aparentemente obsoleta cuestión.



La historia se escribe, no se vive. Y es la historia misma la que parece haber caducado. La historia, no como simple recuento, sino la que juzga y asigna. Ese es uno de los méritos de Schettino, que se atreve a poner los puntos sobre las íes. Aunque algunos de esos puntos queden sobre otras letras que no lo tenían previsto.



Macario Schettino hace historia. Y, a diferencia de otros, habla. Frente al panteón, su mirada se vuelve “una emboscada, un asalto, un atropello, un acto sin nombre, un tú me dirás qué”.


bruixa@prodigy.net.mx


1 comentario:

Pável dijo...

¡Dios mío!, ¿no te mató uno de los velocísimos cebollazos? Mínimo un moretón loco sí te anda dejando, caray.

La política apesta, y más cuando se le mezcla con combustibles fósiles (aunque Galilea Montijo aparezca en los espectaculares de la empresa Gas Natural).

La política está fuera de moda: escribamos de cosas bonitas, como música o ropa.

Shabadabadá, shabadabadá, en el centro del planeta, shabadabadá, shabadabadá, olvidado en la banqueta (8).